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Querida Yolanda,

Escribo estas palabras desde el jardín de “El Castillo Mágico”, donde habitan hombres y mujeres “inquebrantables”, esas que se ven muy poco, esas que se parten en pedacitos, y tienen el don de pegarse capa por capa, para seguir adelante, esas personas que luchan todos los días.

Te escribo, por el simple hecho de saludarte. Sí, lo sé, dirás que soy un desalmado, y que si te conozco desde hace treinta y uno años, porqué hasta ahora, te doy señales mías. Te cuento, en estos treinta y tantos años, he experimentado una serie de sucesos, que me han mantenido sumamente ocupados. Y sí, apuesto a que piensas que en el Castillo, hay fiestas, mujeres bonitas, y de seguro, dirás que sólo me la paso escribiendo para mis musas de cuento, pero no, no es así. Aquí, nos someten a “Misiones Especiales”, debes ser creativo para luchar contra los demonios más deleznables que puedan haber. Yo, afortunadamente, he librado las batallas más difíciles, y hoy estoy tranquilo, sentado en un jardín mágico, recordándote, pensándote.

Y es que, mira qué canija maravilla es la vida, gracias a las batallas ganadas. Te dan la oportunidad de conversar con personas que son importantes para uno, y que han dejado huella. Le pedí a Su Majestad, poder hablar con “La Abuela Coca”, sí, así como lo lees. Sé que ella, es una persona especial en tu vida, y como era quince de junio, en honor a tu onomástico, decidí charlar un rato con ella.

Nos fundimos en un abrazo, y desde el primer momento, me preguntó por ti: “¿Y Yolanda, dónde está que no he sabido nada de ella? – Taruga, siempre me decía, por favor, cuídame desde donde estés, y ella, nada de nada. – En cambio tú, hijito… tú siempre me recuerdas”. Ya sabes que ella, es un poco “Sentimental”, por no decir, “Chantys chantys”…

Pero bueno, regresando al punto, me contó una historia, tú sabes que para “contadora de historias”, nadie como ella. Me contó la historia de una niña, una niña tierna, carismática, de carácter, solidaria, atrabancada, tragona, desmadrosa, desobediente, y así… Supongo que, esas eran las “formas de la abuela”, para mostrar cariño y amor por los suyos… Me contó que la niña nació grandota, fue la niña más grande que tuvo, se sentía morir en el trabajo de parto, pero al mirarla a los ojos, su mundo cambió en un instante. Cuenta que esa niña, le cambió la vida para siempre.

Me cuenta que una vez, la niña despertó diciéndole: “Mamá, mamá, quiero un taco de chilampa”. – ¿De qué? Su petición la dejó intrigada. – De chilampa mamá, respondió la niña, con un sufrimiento en el rostro… Más tarde, cuenta que fueron al mercado que estaba en la colonia, y al pasar por el puesto de verduras, la niña le dijo, “Aquí está la chilampa, mamá”… Todo se asemeja a un simple y diminuto Aguacate. Se moría de la risa.

También me contó, que la niña, en sus años de primaria, era especialista en treparse en los tubos de los camiones, para que el peso que le daba, le alcanzaran para unas galletas marías, rellenas de cajeta y azúcar que vendían en aquella escuela primaria. Claro que, también me contó lo que ocurrió con aquellas galletas, cuando a la niña, le tocó vender las galletas suculentas, para la cooperativa. Decía que la niña comía mucho, literal, desde pequeña, comía lo que había a su paso. Y en una de esas, le tocó pagar las gracias de la niña: “Taruga, llegó llorando, diciéndome que se había comido todas las galletas. Por supuesto que no le creí, porque, eran como 100 galletas”. Obvio, me dijo que tuvo que pagar veinte pesos, de aquellos tiempos, dice que era mucho dinero, en aquel entonces.

Pero también, me contó que la niña, siempre fue de “corazón noble”. Sí, además de mostrar su amor al prójimo, lo compartía con muchos hombres. Sí, dice que desde pequeña tenía “Grandes Amores”. Dice que la niña le contaba: “Mamá, mamá, encontré a mi verdadero amor…” Siempre llegaba con esa ilusión de la escuela, al final de la semana, era lo contrario, llegaba llorando, porque ese amor, le destrozó su corazón noble. La abuela, dentro de su caparazón, recordaba cada vez que ella sufría por sus amores, por no encontrar una “Alma Gemela”, y se ponía en lugar de aquella niña, pero siempre, pensaba en voz baja: “Deseo que mi hija encuentre ese amor que nunca tuve”.

Al paso de los años, esa niña, se convirtió en adolescente, y después en mujer, mujer atrevida, dispuesta a desafiarse, a escribir su propia historia, y a los quince años, conoció a un chico que vivía en el número siete del barrio. Desde aquella tarde que la mujer tocó aquella puerta, todo cambió. “Se la pasaban juntos todo el día…” cuenta la abuela. Escogían a qué casa irían a comer esa tarde. Se estaban ahí toda la tarde, y para rematar, al final del día, los dos tarugos, se hablaban por la noche… Claro que yo, le decía: “Ya cuelga ese teléfono, por favor”, porque no podía dormir. Pero en el fondo, te confieso que me daba gusto, por ella, porque supe que había encontrado al amor de su vida, ese amor incondicional… A su alma gemela.

A los diecinueve años, me dijo: “Mamá, me voy a vivir con Jesús…”  Yo, me quedé inmóvil. Lo único que se me ocurrió, fue decirle: “Si no te sientes bien, puedes regresar hijita. Ésta es y será tu casa por siempre…” En ese momento de la conversación, se le llenaron los ojos de lágrimas, al ver que su pequeña niña, partía para emprender el viaje hacia una vida independiente, con aquel hombre, que sería su compañero de vida…

Era la hora de despedirme de la abuela, no sin antes dejarme un mensaje muy especial para ti: “No te olvides de seguir regalando tu corazón noble, de compartir todo lo que tengas, de regalar tu hermosa sonrisa, de respetar tus ideales, y de nunca rendirte. ¡Por favor, no te rindas nunca, hijita! Aquí siempre estaré, cuidándote desde el Pequeño Mundo Mágico, celebrando tus triunfos y sufriendo tus derrotas, pero siempre siempre, con una nueva ilusión, porque: “Tarda en llegar, pero siempre hay recompensa”.

¿Sabes? Tu nombre significa, “Tierra de Riquezas”. Y eso creas todos los días, riqueza en cada lugar que pisas, en cada gente que conoces, en cada sueño que persigues. Así es tu vida, llena de color, música, amor. Hoy te digo, aunque no temo diga nunca, que me siento sumamente agradecido de que me dieras el regalo más preciado: “La vida”. Gracias por hacerme un hombre valiente, con un corazón noble, compartido y amoroso. Simplemente gracias, porque sencillamente, sin eso, no estaría viendo el sol, y escribiendo esta carta, que más que una carta, es una declaración de amor por ti, mami. Yolanda, eternamente, Yolanda.

Te ama tu hijo:

Xicani.

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